En la puerta de la panadería estaba casi siempre el perro de la panadera atado a una argolla. Era un perro pequeñajo, paticorto, negro y feo de cojones al que me encantaba putear, al pasar por allí le sacaba la lengua y me burlaba de él intentando asustarle con cualquier cosa que llevara en la mano. Ni se inmutaba el cabrón.
Unos pocos metros más abajo estaba la tienda de electricidad "Petman" y un día en el que mi madre me mandó hasta allí a comprar algo, al volver hacia casa y pasar por delante de la panadería, el cabrón del perro, que estaba suelto, salió hacia mí como un obús, eché a correr lo que pude pero… el en aquel momento nada paticorto me trincó por la nalga derecha y recorrí unos cuantos metros con él de ahí colgado, se vengó con ensañamiento el muy cabrón.
Acabé en la clínica de la Cruz Roja con un banderillazo del tétanos y la firme promesa de no volver a pasar por allí hasta que aquel perrucho cascara el huevo. Y así fue.
El paticorto aquél me recuerda a Villarejo. La venganza es hija del tiempo y nieta de la oportunidad.
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